viernes, 31 de julio de 2009

Teleología del Super Mario Bros

La teleología [del griego τέλος, fin(alidad), y λογος, que en este contexto se puede traducir como "tratado" o "saber"] es una rama de la filosofía que se encarga de buscar la causa final de las cosas. Las causas (αἰτία) fueron descritas por Aristóteles hace cerca de 2300 años; este filósofo, nacido en Estagira, consideraba que para conocer las cosas primero era necesario concebir el porqué, sus causas, y distinguía cuatro tipos de causas: la material (de lo que algo se genera; la silla: de madera), la formal (lo que da forma a la cosa, por lo que se define; análoga a la esencia), la eficiente (lo que genera el cambio de estado, el comienzo del movimiento; de un libro: un escritor) y la final (el propósito; hacer ejercicio: para estar en forma) La que nos interesa en este texto es la final, conocer el propósito o motivo.

Super Mario Bros es un juego de plataformas lanzado durante enero de 1985 para la consola NES (Nintendo Entertainment System). En este juego podemos elegir entre jugar con uno de los hermanos Mario, Mario o Luigi, ambos fontaneros.

El juego comienza con Mario (o Luigi, pero para simplificar siempre me referiré a Mario), de pie y mirando hacia el frente, en el primero de ocho mundos del Reino Champiñón (Mushroom Kingdom). A partir de allí sólo nos queda avanzar, no hay manera de retroceder. En ese avanzar a lo desconocido y no querer echar un vistazo hacia atrás, Mario se topará con un sinfín de obstáculos y enemigos. Y este es el momento en que uno piensa "¿por qué esta serie de hongos, tortugas, plantas carnívoras, peces voladores, pulpos, balas de cañón, precipicios y trampas se interponen en mi camino?" "¿Qué es lo que tienen tan bien defendido?". Tras superar algunos obstáculos del primer mundo, llegamos a un estandarte del reino y a un pequeño fuerte. Ahí está, eso es lo que sin duda defendían: un pequeño fuerte del Reino Champiñón lleno de fuegos artificiales.

Pero no, resulta que los fuegos artificiales no son motivo para que Mario arriesga su vida. El fuerte parece no ser más que un lugar de reposo para Mario, porque así como entra, sale.

Asimismo se podría pensar que Mario lo que busca son monedas, hongos, flores y estrellas, volviéndose un fontanero cualquiera, materialista empedernido, pero no es así porque cada ciento de monedas son cambiadas por una vida, los hongos lo hacen más grande, las flores le dan la habilidad del fuego y la estrella lo vuelve invulnerable, lo cual le permite continuar la faena.

La búsqueda continúa, encontrándonos siempre al principio de cada nivel con un Mario mirando al frente y al final con un pequeño fuerte que nos da la bienvenida. En el penúltimo nivel (tercero en orden) de cada mundo está situado, en lugar del pequeño fuerte, un enorme castillo, que será el último nivel (cuarto) del mundo.

Tras sobrevivir a los precipicios de lava, los obstáculos de fuego y los enemigos del castillo, Mario llega a un punto donde, para continuar, debe esquivar llamaradas provenientes del rey del castillo, Bowser (líder de los koopas, todas esas tortugas enemigas de Mario).

Una vez vencido este jefe, parece que al fin Mario ha triunfado, pero en lugar de ser premiado, es apremiado por Toad (habitante del Reino Champiñón con la cabeza en forma de seta) a que vaya en búsqueda de su princesa, que está en otro castillo.

No es sino hasta este momento en que se sabe que Mario lucha por su princesa, que su finalidad es rescatarla de Bowser, quien la ha raptado. Así continúa todo el juego, con Mario avanzando siempre hacia el frente, superando obstáculos, venciendo jefes, para, la mayoría de las veces, encontrarse con que su princesa se encuentra en otro castillo.

Pero al final, en el último castillo del último mundo, y tras vencer a Bowser equipado con martillos y todo

Mario encuentra lo que busca, a su amada princesa, quien le agradece el haberla salvado, lo tranquiliza diciéndole que su búsqueda (quest en inglés) ha terminado, pero que, con todo, le tiene una nueva.

Desde ese momento, Mario se verá inmerso en una eterna búsqueda teniendo como causa final, como telos (τέλος), a su amor, a la princesa Peach, que bien pudiera ser su Dulcinea: aspiración ideal, inalcanzable.


Consideraciones adicionales

¿Por qué un fontanero? Una respuesta que salta a la vista tras jugar el título es porque a lo largo de los mundos se hallan bastantes tuberías y ¿quién mejor para lidiar con tuberías que un fontanero? Pues Mario. Pero teniendo en cuenta la causa final y la imposibilidad de hacerse Mario con la princesa se pueden extraer diversas conclusiones, como que Mario en efecto es un Quijote, un jugador empedernido de videojuegos que se imagina todo ese aparato de monstruos y dificultades para rescatar a una princesa también imaginaria; o, algo más retorcido, que pese a ser Mario el más valiente, su condición económica y el estrato social en el que se encuentra ubicado, lo convierte a los ojos de la princesa en un amigo al que hay que tener cerca por protección, pero que nunca podrá aspirar a sus favores; también que, como Hesiodo escribe en su Teogonía, el amor ('Έρος) "que es entre los inmortales dioses bellísimo, que desata los miembros, y de todos los dioses y hombres domeña la mente y la voluntad prudente, en el pecho" (Hesiodo, Teogonía, v. 120-2), repito que el amor mueve a Mario como a todos los hombres y dioses y haría lo mismo una y otra vez con tal de volver a ver a su amada; finalmente cabe pensar en la enseñanza que deja el juego: es verdad que Mario se introduce en una búsqueda perpetua de su causa final, pero de esto se puede extraer la moraleja de que para conservar lo que se quiere (en este caso ver a la princesa) es necesaria una incansable búsqueda que implique sacrificio y esfuerzo, lo cual se puede aplicar a la filosofía: para encontrar la Verdad es necesario sacrificarse y arriesgarse (aventurando teorías, por ejemplo) en su búsqueda (aunque la Verdad no sea más que otra Peach, otra Dulcinea).


Enlaces y recursos de interés

Biografía de Aristóteles.

Emulador de NES (virtuanes) y rom del Super Mario Bros.

Fragmentos de Aristóteles sobre el concepto de causa.

Speed run del juego:


lunes, 27 de julio de 2009

La contingencia en la vida

Es ampliamente reconocido y dado por hecho que para vivir hay ciertas necesidades que deben satisfacerse, como el comer, el beber, el respirar. En esta ocasión vengo a reflexionar sobre lo contingente (entendido aquí como lo contrario a lo necesario) de la vida. Es muy común pensar que para vivir es necesario esto o lo otro. Pero no creo que esto sea así. Lo necesario para vivir es nacer solamente. Ya habiendo nacido se vive y, pese a que la vida se vea truncada en un corto plazo, esto no es causado por no haberse satisfecho las necesidades de la vida, sino debido a que se cumplieron las de la muerte.

Ya habiendo nacido se está vivo y ya en el camino de la vida no es necesario nada para seguir viviendo (salvo mantenernos en la unidad de ser). Por lo tanto, para vivir no es necesario comer, porque no se necesita estar comiendo para vivir, lo mismo que no es necesario estar bebiendo. Asimismo esto se extiende al oxígeno y demás recursos que suelen pensarse como necesarios para vivir: no es necesario estar suministrándolos para continuar en vida. No es la vida la que está requiriendo satisfacer determinadas necesidades para evitar la muerte, es la muerte la que espera que se cumplan sus requisitos para acabar con la vida. Es necesario que no haya nutrientes para que el cuerpo comience a alimentarse de sí mismo; que no haya agua para que la armonía bioquímica comience a torcerse; un buen accidente que bloquee todos los sentidos... En la vida todo es contingente, es la muerte, repito, la de las necesidades.

Por lo tanto no se trata de imaginarnos a la vida como determinando la muerte, sino a la muerte determinando la vida. En los griegos esta función la desempeñaba Átropos (Ἄτροπος), hermana mayor de las moiras (μοιραι), quien era la encargada de cortar el hilo de la vida que sus dos hermanas disponían. Desde luego no propongo a la muerte como sujeta a la voluntad de alguna deidad, sino que las acciones que realizamos van más encaminadas al morir, que al vivir.

sábado, 25 de julio de 2009

La influencia de la influenza

Sin entrar a discutir su existencia objetiva y verificable como enfermedad, se afirma que la influenza o gripe porcina es transmitida por un virus altamente contagioso, A (H1N1); esta enfermedad mortal se ha convertido en la enfermedad en boga, adquiriendo a mi parecer más fama que el SIDA.

Tos, dolor de cabeza, nariz congestionada, dolor muscular, escurrimiento nasal, cansancio extremo, malestar general y fiebre alta son los síntomas que se padecen por la influenza. Carraspera, respiración preocupada, mano en constante búsqueda de la frente o mejilla, gel antibacterial en el bolsillo, arraigo domiciliario y tapabocas son los síntomas de la influencia que se pueden traducir de la sintomatología de la influenza.

La influenza no ha acarreado solamente previsión y/o pánico a gran parte de la población mundial. También ha generado desconfianza, rumores, chismes. La información corre como el viento y de boca en boca transmuta, choca y se entremezcla para llegar a contagiar al siguiente que la transmutará. Es el juego del Teléfono descompuesto a magna escala y debido a la novedad y gran cantidad de información que corre por medios tan al alcance de la mano para muchos como son la radio, el periódico, la televisión y el Internet, el número de hipótesis al respecto crece exponencialmente sólo teniendo como límite la imaginación colectiva mundial.

Haré un intento por abordar el tema de la influenza bajo una reflexión filosófica, para lo cual hablaré de dos grados de afectación que ha tenido a nivel social bajo una óptica filosófica (o al menos analista o crítica) en la medida de lo posible:

La influenza ha venido a modificar la estética de las personas. Recuerdo que en la semana o quincena que los medios declararon crítica aquí en Monterrey y área metropolitana, el tapabocas se convirtió en accesorio más que medida de prevención. No sé si a causa de la demanda ofreció variedad la oferta o si la oferta amplio su abanico, lo cierto es que durante dicho lapso de tiempo conocí casi todas las formas y colores de tapabocas que existen: el del cirujano, el industrial, el azul, el blanco, el del dentista, el que tiene dos asas para las orejas, el que tiene hilos para anudarse... En fin, muchas personas que pudieron se dieron gusto y tomaron lo que querían; los más, lo que podían. Pero no sólo hubo variedad en marcas y modelos, los trazos y dibujos no tardaron en brotar y la expresión artística y opiniones personales se dejaron ver: desde sonrisas y muecas hasta frases como "soy gay y qué" adornaban los tapabocas. Me parece interesante observar cómo casi en cualquier situación las personas buscan ser diferentes; como una necesidad inherente a la persona de diferenciarse culturalmente, pues personal, psíquica, vivencial, física y temporalmente es única.

La forma de relacionarse con los otros también se vio modificada tras la recomendación de restringir el contacto físico. Esto tuvo repercusiones en dos tipos de personas principalmente: estaban los que se construyeron su esfera invisible que los mantenía alejados no sólo del contacto sino del microambiente que rodeaba a los otros, y los que se crearon su ariete invisible al manifestar cualquier movimiento parecido a un síntoma de la enfermedad. Algo que me llamó mucho la atención fue ese pánico que hubo al enemigo invisible, camaleón que se arrastraba sobre el aire. "Uno no se sentía seguro ni en el puesto de tacos" fue más o menos lo que dijo un profesor de la facultad. Si el aislamiento que nos imponemos con los medios de comunicación es para algunos alarmante y cuestionable, el que se dio durante la epidemia resultó alarmante: el prójimo se convertía, ya no potencialmente, en enemigo, en peligroso, en factor de riesgo. El arraigo domiciliario a que muchos se sometieron fue otra de las consecuencias inmediatas que produjo la enfermedad: había necesidad de resguardarse e informarse: qué mejor lugar que el hogar. Me atrevo a decir que el uso del Internet se vio incrementado hasta los cielos, más allá de los satélites que transmitan la información virtual. Fue algo así como estar en contacto sin contacto, como sexo con condón: me relaciono contigo, pero no me puedes contagiar; estamos a salvo. La actividad de blogs, clientes de mensajería (Messenger, Yahoo...), sitios como el Facebook y MySpace fue desbordante. Por otro lado, para muchos esta oportunidad significó el revivir los viejos momentos en que pasaba tiempo de calidad con su familia: algo que no se consiguió con las campañas a favor de estar en familia y la publicidad que se le dio al Día de la familia, lo consigue el temor a contagiarse una enfermedad. Aquí puedo ver que parece haber una necesidad de comunicarse y de mantenerse en relación con el otro que no se pierde incluso en situaciones adversas, pero que se ve modificada por el miedo (en este caso el de contraer una enfermedad)

Espero con esto haber rozado, aunque sea un poco y por encima, si se quiere, el tema de la influenza con el guante de la filosofía. (No vaya a ser que me infecte)

Grande es el amor de Dios

Dios nos ama a todos por igual:

Le somos indiferentes.

Optar por el impersonal en entrevistas psicológicas

Hoy José Vieyra, amigo y compañero de la facultad, comentó cómo un profesor suyo de psicología salió de una pregunta que le hizo un paciente durante una entrevista psicológica (por lo que tengo entendido un psicoanalista debe intervenir lo menos posible, idealmente sólo haciendo que el paciente exprese su sentir, durante la terapia)

La pregunta que el paciente le planteó fue la siguiente: ¿Puedo hablarle de tú o de usted? Para mantener la elección en manos del paciente el psicoanalista respondió: Como tú quieras o como usted quiera.

Esta anécdota, en un primer momento me hizo pensar en el ingenio del psicoanalista, quien rápidamente supo adaptarse a la situación. Pero pasado un rato reflexioné sobre lo que hizo el terapeuta y lo relacioné con algo que aprendí en mi clase de Español hace unos cinco años: el orden es muy importante en la expresión. No es lo mismo decir el "niño pobre" que el "pobre niño", la fuerza expresiva recae sobre la primera de las palabras mencionadas.

A modo de reflexión personal y reconociéndome de antemano profano en entrevistas psicoanalíticas, considero que para evitar dar el menor indicio para que el paciente se incline por una opción al momento de responder, el entrevistador debe optar por el impersonal. Se me ocurren muchas respuestas, como: Es decisión del paciente, Esto es como el paciente quiera, etc. De este modo no se le da a elegir ni se le mencionan ideas que conlleven cierta prioridad.

Espero sus comentarios.