Un recurso frecuentemente utilizado por los medios y mercados para resucitar a autores difuntos en el olvido son eventos tales como la última gira, el concierto de despedida, las conmemoraciones y homenajes. Así ocurrió con The Beatles este 9 de septiembre pasado (09/09/09) y recientemente con Michael Jackson fallecido ha poco. Con ello vemos un fenómeno que sucedió también a Elvis, van Gogh, Galileo, la reina del tex-mex Selena, Benedetti, entre otros, y que incluso es parodiado en la serie de televisión Pinky and the Brain (Pinky y Cerebro) en el capítulo "Pinkasso".
Esto se debe a que mientras un autor está vivo, su obra se mantiene volátil por la esperanza de que produzca más, algo mejor, y no es sino en el momento de su muerte (incluso simbólica) que la producción se cristaliza y pueden señalarse los mejores y peores trabajos del conjunto, lo que despierta la atención de las masas. Por ello, tras la muerte sobreviene una valoración (a veces revaloración o sobreestimación) de la obra que permite recordar al difunto por lo que hizo, manteniéndolo vivo en el imaginario de la gente.
En el campo de la filosofía tenemos como paradigma a Sócrates, personaje que decide beber la cicuta y con ello se inmortaliza al punto de ser recordado su nacimiento cada tercer jueves de noviembre, día internacional de la filosofía. Similar a la figura de Sócrates fue Jesús de Nazaret para los cristianos, quien con su trágica muerte en el Gólgota marcó la historia del mundo occidental, lo que repercutió incluso en la calendarización subsecuente. Si volvemos la mirada más atrás encontramos también a Heracles, muerto por envenenamiento y bien acogido en el Monte Olimpo por Zeus. Sin embargo, es necesario no olvidar el plano en el que nos movemos, que es el del pueblo llano, pues también sucede tras la muerte de un allegado una suerte de mirada objetiva o revaloración de su vida en un afán de mantenerla con nosotros, viva en nuestro imaginario.
Si se sigue esto puede afirmarse junto al cantante que la gloria
es de los mortales el consuelo al morir
del mismo modo que era la areté –αρετή– para los griegos desde Homero (hacia el siglo VII a. C.) el ideal de nobleza al que se aspiraba y se concretaba en la muerte de quien lo perseguía.