viernes, 8 de enero de 2010

Hormona mata neurona o la Razón subordinada a la Materia

Aristóteles, el Maestro por antonomasia, fue tutor de Alejandro, hijo de Filipo, en aquél reino de Macedonia del siglo IV a. C. El texto Le lai d'Aristote (s. XIII) y un capítulo del libro V de la Istoria de las bienandanzas e fortunas de López García de Salazar (original perdido, cuya copia más antigua data de finales del siglo XV) relatan que cuando Alejandro era joven se interesaba mucho en las mujeres, por lo que Aristóteles lo reprendía. El mancebo, para enseñarle una lección a su viejo maestro, concertó con su concubina Phylis un plan cuyo desarrollo se efectuó del siguiente modo:

Phylis comenzó a seducir a Aristóteles y a declararle su amor; éste, al verse en semejante situación, cayó presa de sus encantos y le aseguró la amaba tanto que haría todo por ella. Asimismo, Phylis le dijo que podría hacer con ella lo que quisiere con una condición: que el filósofo se dejase ensillar y montar como caballo siendo Phylis la jineta. Aristóteles, pese algunas reticencias, accedió y cuando ya la concubina cabalgaba en su montura, Alejandro salió de su escondite preguntando a su maestro qué era todo aquello. Aristóteles, conociendo el embuste que le había preparado su discípulo, se disculpó por haberlo reprendido, convencido de que no hay inteligencia de hombre en el mundo capaz de resistirse a las mujereres.

Acaso la metafísica sea "curiosidad de saber lo que no nos importa, el pecado original"1 y la sensualidad "como a Eva, [nos] despierte el instinto metafísico"1 y se generen los dos a la par en el humano; lo cierto es que la lectura sugiere la subordinación de la Razón a la Materia. Bajo este supuesto, los conceptos, las ideas, las esencias y los universales aparecen después de lo concreto; antes de la Razón (como conjunto de razones) no existían los seres particulares, sino que las ahora llamadas cosas constituían un todo indiferenciado, una bien redonda esfera en la que todo es (Parménides). Con el advenimiento de las razones se comenzó a separar lo informe y a etiquetar sus partes conforme a criterios subjetivos (yo y lo otro pudo ser la primera separación). Se creó el Lenguaje, conjunto de lenguas que dieron pie a malentendidos porque al ser se le adjudicaron las cualidades de ser y no ser y, más tarde, poder ser y deber ser. El espacio fue limitado por grupos que compartían razonamientos similares (cultura y sociedad). Los unos estaban bien y los otros, mal: nació la Ética. Las acciones buenas y malas hicieron surgir la Moral. Lo que no cabía en la razón (siempre hay algo que no cabe en la razón) adquirió carácter divino. Se hicieron etiquetas de las etiquetas: los conceptos. Se anclaron conjuntos de etiquetas náufragas referentes a una misma cosa y se formaron los universales, algunos de los cuales adquirieron carácter divino ya que se quiso mantenerlos uniformes, sin cambio, ajenos al razonamiento que todo lo separa y reordena. Por otro lado, los etiquetadores especializados crearon ciencias y dijeron que determinadas etiquetas les correspondían sólo a sus ciencias (aún es fecha); con el tiempo a una misma cosa se le han adherido muchas etiquetas por lo que no se puede ver lo que es, sino lo que parece ser.


 

1 Victor Goti, Prólogo a Niebla de Miguel de Unamuno (México: Tomo, 2006), 14.
2 Ibídem.